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sábado, 4 de enero de 2014

Sudi y el tigre

Había una vez un pequeño indio llamado Sudi, a quien le encantaba gruñir a los tigres.
—Ten cuidado —le dijo su madre—. A los tigres no les gusta que les gruñan.


Pero a Sudi no le importaba y un día que su madre salió, fue a dar un paseo a ver si encontraba un tigre para gruñirle.
En cuanto apareció Sudi, el tigre saltó y gruñó: —Grr... Grrrr.... Y Sudi le contestó:
 —Grrrr.... Grrr... ¡EI tigre estaba enfadadísimo!
 "¿Qué se cree que soy?" —pensó— "¿Una ardilla? ¿Un conejo? ¿Un ratón?"
Así que al día siguiente, al ver acercarse a Sudi, saltó de detrás de un árbol y gruñó más fuerte que nunca. —Grrr... Grrrrrr...
—Tigre bonito... ¡Buen chico! —dijo Sudi, acariciándolo.
El tigre no pudo soportarlo y se alejó a afilar sus garras. Movía la cola y entre gruñido y gruñido repetía: —¡Soy un tigre! T -1 - G - R - E.
Entonces fue a beber al estanque. Cuando terminó, miró su reflejo en el agua.
 Era un hermoso tigre amarillo y cobrizo, con rayas negras y una cola muy larga.
 Gruñó otra vez, tan fuerte que llegó a asustarse a sí mismo. Salió corriendo.
 Al fin se detuvo.
"¿De qué huyo?" —pensó—. "Si he sido yo mismo. ¡Vaya, este chico me ha trastornado!
 ¿Por qué les gruñirá a los tigres?"
Al día siguiente, cuando pasó Sudi, lo detuvo.
—¿Por qué les gruñes a los tigres? —preguntó.


—Bueno —dijo Sudi—, en realidad, porque soy tímido. Y si les gruño a los tigres me siento mejor. No sé si me entiendes.
—¡Claro que te entiendo! —exclamó el tigre.
—Después de todo —siguió Sudi— los tigres son los animales más feroces del mundo y el que les gruñe es porque es valiente.
El tigre estaba encantado, y le gustaba que Sudi le respetara por ser también el un animal muy valiente.
Entonces le pregunto:
—¿Crees que los tigres somos más feroces que los leones?.
—¡Oh, sí! —contestó Sudi.
—¿Y los osos?
—Mucho más feroces.
El tigre ronroneó, amigable.
—Eres un buen chico —dijo, le lamió.


Después de eso, salían a pasear juntos con frecuencia y de vez en cuando se gruñían el uno al otro.

El espantajo peludo

Hubo una vez un granjero llamado Tomás que compró una tierra a un precio bajísimo.

El espantajo peludo

-Parece demasiado barato -dijo Berta, su esposa-. ¿No crees que puede haber algún truco?
-Claro que no, mujer-respondió Tomás-Se trata de un buen terreno. Y es mío. ¡Todo mío!
-¡Mío, quieres decir!
Tomás y Berta al oír estas palabras volvieron la cabeza y se quedaron pasmados al ver un enorme tipo peludo, parado a unos cuantos metros. Sus ojos parecían inyectados de sangre y su nariz era tan roja y redonda como una remolacha. Unas largas y puntiagudas orejas asomaban entre sus pelos, tiesos como las púas de un erizo. Le cubrían unas barbas tan enmarañadas como las matas de espino.
Vestía una ropa andrajosa y por los agujeros de sus harapos asomaban las rodillas y los codos llenos de pelos. En verdad nunca habían visto nada parecido, con aquellos brazos tan largos y los puños grandes como nabos.
-¡Fuera de mi terreno! -gritó, agitando sus brazos como las aspas de un molino.
-¿Su terreno?-dijo Tomás, dirigiéndose al personaje.
-Eso he dicho: mi terreno. Un terreno que antes de ser mío fue de mi padre, y del padre de mi padre y...
-Usted bromea -dijo Tomás-. Pagué mi buen dinerito por este terreno y firmé la escritura.
-¡Tú lo que tienes que hacer es largarte! ¡Yo estaba aquí primero! -vociferó el espantajo lleno de rabia.
-Bueno, pues ahora soy yo el que está aquí -respondió Tomás-. Esta tierra es mía.
Se quedaron frente a frente. A juzgar por sus miradas desafiantes, ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
Entonces Berta dijo:
-Se me ocurre una idea. Tú, Tomás, plantas y él recoge la cosecha. Luego la repartís entre los dos.
-Hum... De acuerdo -dijo el tipo.
Tomás no veía claro por qué iba a tener que hacer él todo el trabajo, y al final darle la mitad al otro. Pero Berta le hizo un gesto con la mano para que se callara.
-Vamos a ver, señor espantajo, ¿qué parte quiere usted de la cosecha, la de abajo o la de arriba?
-¿Qué, qué, qué?
-Quiero decir si prefiere la parte que crece por encima de la tierra o la que crece por debajo. Lo uno o lo otro. Rápido. Decida.
-Oh, yo quiero la parte de arriba, naturalmente. Vosotros os quedaréis con las raíces.
La sorpresa del espantajo se convirtió en carcajada limpia cuando sellaron con un apretón de manos el mutuo acuerdo.
-¡Formidable! -dijo Berta mientras se dirigían a casa- Lo que tienes que hacer ahora es plantar patatas.
Y eso hizo Tomás: aró el campo y plantó patatas. Arrancó las malas hierbas y cada día observaba cómo iban creciendo las matas verdes. Cuando llegó la época de la recolección, el peludo espantajo apareció por allí y exigió su parte.
-Ahí la tiene -exclamó Tomás- La parte de arriba es suya. Hermosas plantas de patatas que sirven para..., bueno, usted verá lo que hace con ellas. Las patatas son para mí.

El espantajo peludo

-¡Tunante! ¡Tramposo miserable! -rugió el tipo aquél-. ¡Esto no es honrado! Te voy a...
-Un trato es un trato. Llévese la parte de arriba del patatal y déjeme en paz.
El peludo gigantón echaba humo de rabia. Pensaba... "¡Humpf! ¡Vas a ver lo que es bueno la próxima vez!"
Entrando en la conversación, Berta le preguntó: -¿Qué quiere el próximo año, la parte de arriba o la de abajo? Usted vuelve a escoger.
-¡La parte de abajo, desde luego! ¡La próxima vez vosotros os quedaréis con la de arriba!
Dejando esto bien claro se fue en medio de una gran pataleta.
-¿Qué haremos ahora? -preguntó Tomás.
-Planta cebada, querido. Ya veremos qué hace el espantajo peludo con las raíces de la cebada.
Así pues, en cuanto terminó de recoger las patatas, Tomás preparó el terreno y sembró cebada. Removió la tierra, la regó y cuando llegó la primavera aparecieron los verdes tallos que se transformarían después en una alfombra de oro. Llegado el momento de la recolección, el espantajo se presentó para llevarse la mitad de la cosecha.
-Ahí la tiene -dijo Tomás-, para mí la parte de arriba y para usted las raíces.
El peludo soltó un alarido feroz.
-¡Has vuelto a engañarme, miserable enano! Te voy a...
-Calma, calma -gritó Tomás-. Un acuerdo es un acuerdo.
-Muy bien, granjero, de nuevo has ganado. Pero el año próximo nos repartiremos la parte de arriba de las mieses. Porque plantarás trigo. Y cuando llegue el momento de la recolección, nos pondremos los dos a segarlo. Tú empezarás por la parte norte del terreno y yo comenzaré por la parte sur. Cada uno nos quedaremos con todo el trigo que seamos capaces de segar.
Tomás miró detenidamente los largos brazos de aquel tipo y se dio cuenta de que jamás podría cortar el trigo con la rapidez del gigantón.
-No, no hay trato -dijo Tomás.
-O aceptas o lucharás conmigo a muerte -gruñó el espantajo, alzando sus brazos peludos por encima de la cabeza y pataleando torpemente con sus enormes pies.
Conteniendo la risa, Tomás exclamó:
-¡Qué terrible espectáculo! Por favor, nada de peleas. No me gustaría hacerle daño...
Chocaron sus manos para cerrar el trato y el espantajo se marchó entre grandes risotadas.
Tomás contó a Berta lo ocurrido.
-¡Tiene unos brazos muy fuertes! Cortará diez veces más trigo que yo. Lo siento, pero esta vez estamos perdidos.
Berta se puso a pensar.
-Imagínate que ciertas espigas de trigo crecen con unos tallos más duros que los otros -dijo, al cabo de un minuto-. En tal caso, una de las guadañas se mellará mucho más de prisa que la otra.
Y le explicó su plan.
-¡Eso! -respondió Tomás- ¡Me alegro de que ese tipo no tenga una mujer tan lista como tú!
Tomás labró la tierra y la sembró de trigo, y vio cómo crecía y crecía, alto y dorado. Un poco antes de la siega, compró unas varillas de hierro y por la noche se acercó sin hacer ruido a la parte de terreno que correspondía segar al espantajo. Allí clavó las varillas en el suelo entre los tallos de trigo.
El día de la siega llegó, y apareció el espantajo, empuñando una guadaña en cada una de sus manazas. Tomás se puso a cortar trigo por la parte alta del terreno, y el espantajo por la parte baja. Tomás movía en círculo su guadaña con rápidos y amplios braceos y en torno a él caía el trigo dorado. En cambio el espantajo cortaba y golpeaba, sudaba y juraba, y pronto se detuvo.

El espanjo peludo 3

-¡Mira qué duros son los tallos de trigo por esta parte del terreno! -gritó.
-Pues por esta otra, no hay ningún problema -señaló Tomás.
El espantajo era tan tonto que no se había fijado en las varillas de hierro. Afiló las dos guadañas y la emprendió de nuevo a golpes con el trigo. De vez en cuando se paraba y secaba el sudor de su frente. No paraba de refunfuñar.
-Estoy agotado de cortar este trigo.
-¿De veras? ¡Qué gracia! Yo me siento tan fresco como una rosa -decía Tomás, complacido.
El espantajo lo intentó de nuevo. Lanzaba las guadañas en todas direcciones, pero cada golpe las volvía más romas y melladas. Hasta que, furioso, las arrojó al suelo y gritó con gran voz: -¡Quédate con tu birria de terreno! ¡No vale la pena!
De una zancada saltó la cerca y corriendo como un gamo se perdió en la lejanía. Desde entonces, nunca, nunca jamás el espantajo peludo volvió a molestar a Berta y Tomás.

Mi pequeño caracol

Cuando una mañana de domingo Marta se despertó, enseguida pensó en dar de comer a sus peces, la noche anterior estaba muy cansada y se fué a dormir enseguida. Con alegría se acercó a su pecera y con gran asombro descubrió que increíblemente se había metido un caracol en ella. Rápidamente llamó a su madre para que lo viera.
    "Vaya qué pequeño es", dijo la mamá mientras miraba al pequeño caracol de agua. "Sólo un punto negro."
    "Seguro que crece y se hace muy grande", dijo Marta y bajo corriendo a desayunar. Por la noche y antes de acostarse encendió la luz de su tanque de peces.




    Vió los peces de colores naranja que eran grandes y gordos, que estaban dormitando en el interior del arco de piedra. Mandíbulas estaba despierto,  y nadaba a lo largo de la parte delantera del depósito moviendo rápidamente la cola y haciendo que en el agua se formara espuma y muchas burbujas. Tardó Marta un tiempo en encontrar al pequeño caracol y lo encontró pegado en la parte inferior del acuario, justo al lado de la grava.


    Cuando llegó al cole al día siguiente contó a todas sus amigas el descubrimiento del caracol y les dijo que era tan pequeño que se le podía confundir con un pedazo de grava. Todas se pusieron a reír y una de las chicas de su clase dijo que parecía una mascota ideal para ella, ya que Marta era un poco bajita.
    Esa noche Marta encendió la luz para encontrarlo, y estaba aferrado a la punta de una pequeña banderita que salía de la maleza del acuario. Estaba cerca del filtro de agua y se balanceaba con las burbujas de aire que salían de este .
    "Esto debe ser muy divertido", pensó. Trató de imaginar como debe ser el tener que aferrarse a las cosas todo el día y decidió que probablemente era muy agotador. Después de darles de comer, se sentó al lado para observar como los peces nadaban, se perseguían y jugaban entre ellos. Entonces observó como uno de los peces de color naranja estaba absorbiendo grava y volviendola a lanzar, cuando en una de esas se tragó al pobre caracol que estaba paseando tranquilamente por la grava. Marta saltó de su silla, pero de pronto lo vio salir escupido del pez. Así continuó haciendo el pez de color naranja, varias veces, hasta que el pobre caracol flotó hasta la parte inferior del tanque entre la grava de color. Marta no podía parar de reir.
"Creo que ha crecido un poco", le dijo a su mamá en el desayuno al día siguiente.
    "Menos mal, sino se lo van a tragar todos los días varias veces", dijo su mamá, tratando de ponerse el abrigo y comer tostadas al mismo tiempo.
    "Pero yo no quiero que sea demasiado grande o no será tan bonito. Las cosas pequeñas son más bonitas que las grandes, ¿no es así?".
    "Sí lo son. Pero las cosas grandes también pueden ser muy bonitas. Ahora date prisa, voy a perder el tren."
En la escuela, ese día, Marta dibujó un elefante. Necesitaba dos pedazos de papel para hacer los colmillos pero a su maestra  no le importaba porque estaba contenta con el dibujo y quería ponerlo en la pared de la clase. En la esquina del dibujo, Marta escribió su nombre completo, y dibujó pequeños caracoles sobre las “a” de su nombre. La maestra dijo que era muy creativa.
    Ese fin de semana decidieron que había que limpiar el acuario. "Hay una gran cantidad de algas en los laterales", dijo mamá.
    Se llevaron los peces con mucho cuidado  y los pusieron en un bol muy grande que tenía mamá para cocinar mientras vaciaban un poco de agua. Mamá usaba una  aspiradora  especial para limpiar la grava, mientras que Marta recortaba la maleza del estanque para dejarla a un tamaño adecuado y  frotó el arco y el tubo de filtro. Mamá vertió agua nueva en el acuario.
    "¿Dónde está el pequeño caracol?" Preguntó Marta.
    "En el lado", dijo mamá. Estaba ocupada concentrándose en echar el agua."No te preocupes  he tenido mucho cuidado con él."
    Marta miró por todos los lados del acuario. No había ni rastro del caracol de agua.
    "Probablemente está en la grava", dijo su mamá. "Vamos a acabar el trabajo, que tengo que hacer la comida todavía." Saco todos los peces del bol y los dejó caer en el agua limpia del acuario. Los peces no dejaban de nadar y daban vueltas y vueltas, alegrandose de tener un agua tan limpia.
Esa noche, Marta volvió a comprobar el acuario. El agua se había instalado y se veía preciosa y clara, pero no había ni rastro del pequeño caracol.  Se tumbó en la cama e hizo algunos ejercicios, estirando sus piernas y los pies apuntando al cielo. El estiramiento era bueno para los músculos y cuando Marta terminó, se arrodilló a  mirar otra vez  el acuario, pero seguía sin haber rastro del caracol.
Bajó las escaleras, su madre estaba en el estudio, rodeada de papeles. Tenía sus gafas puestas y el pelo todo revuelto en el lugar donde había estado pasando sus manos, se notaba muy concentrada. Marta le dijo que seguía sin ver al caracolito y que estaba muy preocupada.
    "Ya aparecerá no te preocupes, es muy pequeño y se puede esconder en cualquier sitio." fue todo lo que dijo. "Ahora a la cama Marta. Tengo montañas de trabajo que hacer  para ponerme al día."
     "Lo has aspirado ¿verdad," dijo ella con un tono de voz y una cara que denotaban su enorme enfado.
    "No lo he hecho. Tuve mucho cuidado. Pero es muy pequeño."
    "¿Qué hay de malo en ser pequeño?"
    "Nada en absoluto. Pero se hace más difícil de encontrar que si fuese grande."
    Marta salió corriendo de la habitación y se fué a su cuarto con lágrimas en los ojos, tumbandose en la cama.
La puerta del dormitorio se abrió y la cara de mamá apareció. Marta trató de ignorarla, pero era difícil cuando se acercó a la cama y se sentó junto a ella. Estaba sosteniendo una enorme lupa en sus manos.
    "He recordado que papa tiene esta lupa gigante para ver bien su colección de sellos", dijo. "Extra de gran alcance, para la caza del caracol". Marta sonrió a su madre y saltó de la cama rápidamente..
    Se sentaron una junto a la otra y empezaron a mirar por todas las partes del acuario, en las esquinas entre las grandes piedras, en la grava y la espiga de agua.
    "¡Ajá!" Mamá de repente gritó.
    "¿Qué?" Marta cogió la lupa y miro donde su madre estaba señalando.
    Allí, escondido en la curva del arco, perfectamente oculta en la piedra oscura, estaba sentado el pequeño caracol. Y sorprendentemente junto a él habia otro caracol de agua, incluso más pequeño que él.
     "¿Pero de dónde ha salido?"
    "Estoy empezando a sospechar que la hierba del acuario es buenisima ¿no crees?"
    Los dos se rieron y se metieron en la cama de Marta juntas, abrazadas bajo el edredón. Era acogedor, pero un poco apretado.
    "Muévete un poco," dijo mamá, dándole un empujón a Marta con su trasero.
    "No puedo, estoy tocando la pared."
    "¡Por Dios como has crecido entonces. ¿Cuándo ha ocurrido esto? Tenemos que apuntar en la pared tu altura y consultar cada poco tiempo, pues estas creciendo como un gigante."
   
Marta puso su cabeza en el pecho de su madre, sonrió y feliz se dispuso a dormir.

viernes, 3 de enero de 2014

Adivinanzas con actividades...





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Adivina adivinador...

Aunque no soy florista
trabajo con flores
y por más que me resista
el hombre arrebata
el fruto de mis labores

La abeja

Adivinanza: Aunque no soy florista




Mi avión es una escoba;
negra y fea me verán
persigo siempre a las hadas
que al verme se espantarán.

La bruja

Adivinanza: Mi avión es una escoba




Cubo que seis caras tiene,
veintiún puntos en total,
en el «Parchís» interviene
y en la «Oca»… pues igual.

El dado
Adivinanza: Cubo que seis caras tiene


Vive en todas las clases de climas
y de él comen piñones mis primas.

El pino

Adivinanza: Vive en todas las clases de climas

.guiainfantil.com/servicios/adivinanzas.htm

Leer con tus hijos es divertido...

Leer co ntus hijoscarmenelenamedina

PARA MI NIETO ERIC CON CARIÑO

Un acto de magia

Bambi y Tambor

Bambi y Tambor

¡Hola amigo y amiga! :


HAZ CLICK CON EL MOUSE Y AQUÌ ENCONTRARÀS DIFERENTES DIBUJOS PARA IMPRIMIR Y COLOREAR.Dibujos para colorear

Números y colores con letra...

tabla del 2 en inglés

Tabla del 3 en inglés

TABLA DEL 4 EN INGLÉS

TABLA DEL 6 EN INGLÉS

Tabla del 8 en inglés

Encierra al gato

Ve cliqueando los círculos más claros, que se pondrán más oscuros. • El objetivo es cercar al gato y no dejarlo salir. Para empezar, hacer click en cualquier lugar del dibujo de abajo ¡ Buena suerte y mucha atención!

"EL TESORO DEL SABER"

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GRACIAS POR SER PARTE IMPORTANTE DE ESTE BLOG.